Me ha llamado la atención un interesante reportaje de El Mercurio del domingo 13 de este mes sobre el mestizaje en Chile, donde destacados historiadores plantean sus puntos de vista, los que, en algunos casos, me sorprendieron porque reflejan lo que podríamos definir de “mentalidad centralista”.
Por ejemplo, Carlos Celis Atria, afirma que “el mestizaje ocurrió fundamentalmente entre los siglos XVI y XVIII, en el territorio histórico de Chile que cubría entonces desde Copiapó a la Araucanía, ya que el norte y sur fueron incorporados solo en el siglo XIX… ”Es decir, el mestizaje en Chile se detuvo a partir del s XIX, como si desde ese momento hubiese surgido un sujeto histórico único e intacto al paso del tiempo.
El mestizaje es un proceso. Precisamente en el s XIX se iniciaron flujos inmigratorios muy relevantes.
Resulta para todos es evidente que, en los siglos siguientes, la velocidad del mestizaje ha sido mucho mayor que en esos siglos del periodo colonial.
También, se deduce de la afirmación del señor Celis, que la identidad chilena producto del mestizaje aconteció solo entre Copiapó y la Araucanía.
Si bien, en estricto rigor, la Araucanía se incorporó después de la guerra del Pacífico al estado nación, me interesa apuntar a otro problema: ¿los pueblos indígenas del norte y del sur de Chile, además de los rapanuis, no formarían parte del mestizaje chileno? Aquí destaco lo dicho por José Bengoa, sobre la necesidad de diferenciar entre el mestizaje biológico y el cultural, siendo este último mucho más relevante desde punto de vista del desarrollo de los pueblos.
Hoy se le llama interculturalidad. El sincretismo cultural permite comprender por qué la fiesta de La Tirana es también chilena como la de Andacollo y la de Lo Vásquez.
José Bengoa afirma que al decir “todos somos mestizos se transformó en una manera de ocultar lo indígena”, por ello es necesario reconocer la lengua, las costumbres y el territorio indígenas, sin embargo, no podemos olvidar que el mestizaje cultural permitió que campesinos, obreros, empleados, mujeres, etc. accedieran a dos identidades que fueron clave en el desarrollo de la sociedad: la ciudadanía y la clase social.
Negar el mestizaje, como bien lo indica el historiador Gabriel Cid, es una ilusión de atemporalidad, “que está en el origen de toda forma de esencialismo” que, como nos enseña la historia, puede bifurcarnos hacia caminos muy complejos y oscuros.