Las cruces de Saxamar

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La ceremonia de vigilia y vestidura de las cruces del pueblo de Saxamar se realizó junto a la comunidad, rescatando la cultura ancestral de los pueblos andinos

La tarde del primer viernes de junio, a 132 kilómetros de Arica, en el pueblo de Saxamar, la temperatura empezó a bajar sin prisa y sin detención. Los invitados por el “pasante” o encargado de la fiesta, Cristian Santos Vilca junto a su familia, llegaron a acompañar en la noche de vigilia de la santísima cruz de Saxamar, que resume las cuatro cruces del pueblo: La Misericordia, Santa Rosa, El Niño Salvador y Pumane.

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La ceremonia de la cruz de mayo, se empezó a recuperar después de mucho tiempo en que se celebraba ocasionalmente. Las familias descendientes del pueblo, preocupadas de mantener vivas las tradiciones ancestrales, hace dos años no han fallado en compartir esta tradición con más invitados.

Este año participó en esta festividad un equipo de profesionales de la Universidad de Tarapacá, que está presente en la comunidad desde diciembre pasado; con la ejecución del “Proyecto de Innovación Social y Productiva Saxamar Marka”, del Fondo Ideas de Fosis de Arica y Parinacota. Proyecto que les acompañará en sus actividades para recoger su historia, sus tradiciones y documentar junto a la comunidad, su filosofía y espíritu desde lo más íntimo.

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VÍSPERA DE LA CRUZ

Una sopita caliente y un picante de pollo con papas chiquiza, cultivadas a tres mil metros sobre el nivel del mar, fueron el primer agasajo para quienes llegaron de las quebradas cercanas, pero también para los afuerinos.

Los Lakitas Pura Sangre Andina, con sus chalecos de aguayo y sus instrumentos de viento, más bombos y platillos, ofrecieron un poco de calor a la tarde fría, y derivaron a los invitados desde la sede a la iglesia, ubicada a un par de metros.

El sonido de la campana en la noche viajó a metros del lugar de reunión para avisar que la ceremonia se iba a iniciar. Primero se sahumaron las cruces con sus viejas vestimentas en color rosado, desteñido por el sol que aparece fuerte y claro a las siete de la mañana. Los abuelos del pueblo y familia del pasante adornaron las nuevas cruces con la vestimenta de terciopelo azul con bordados dorados, donada por Modesta Cisternas, más flores y cintas de diversos colores. En su intervención, el padre Ángel destacó la cantidad de participantes, más de 30 y luego bendijo la ceremonia, aprovechando de tirar las orejas a quienes no se han bautizado.

Y el frío empezó a bajar, se calcula a unos ocho grados, pero con la sensación térmica de seis en el exterior de la iglesia, donde continuó la vigilia con una pawa andina, fogata, vino navegado y la música de los Lakitas, que estuvieron de principio a fin.

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SUBIDA AL CALVARIO

La mañana del sábado, quienes durmieron en la iglesia despertaron al ritmo de una tarqueada. El ponche típico de malta, cerveza y merengue de huevo, fue lo que antecedió a la kalapurka, un delicioso plato andino hecho de papas nativas molidas a mano y pollo desmenuzado. Lo mejor para partir el día.

Las cuatro cruces fueron llevadas en procesión a la sede donde el padre nuevamente hizo misa, rezó a las cruces protectoras, y bendijo a los asistentes. Luego, la ceremonia andina para sahumar por última vez y partir junto a tres cruces, los invitados y cajas de bebestible rumbo al Calvario, el cerro que queda a 600 metros ascendentes; y al cerro Pumane, a un kilómetro de distancia, la cruz de don Raimundo, un antiguo devoto del lugar.

En las alturas del cerro Calvario, una ceremonia andina de agradecimiento en manos de doña Rosa Vilca y luego la ceremonia cristiana del cura de los pueblos de la precordillera, fueron dando fin a lo programado. La voz de la cultora de música andina, Silvia Zegarra, caló profundo los senderos del pueblo de Saxamar, que desde las alturas se veían solitarios, con la alabanza de la cruz: “Buenas tardes cruz divina/ las tardes te vengo a dar/ con el más profundo anhelo/ las tardes te vengo a dar”, luego en el coro, todos los asistentes cantaban con emoción: “Alabado sea el santísimo/ sacramento del altar/ y la virgen concebida/ sin pecado original”.

Al final se ofrecieron nuevos “pasantes” para el otro año con ofrendas generosas de los participantes: las vestiduras de las cruces, un cordero del abuelo Justo, cerveza para celebrar como corresponde y la música andina de los lakitas.

La abuela Virginia, para cerrar la ceremonia, recordó que desde niña su madre vestía la cruz con flores de papel de volantín y que hasta hace pocos años vestir las cruces de mayo era un acto casi íntimo, donde un par de abuelos y su familia hacían todo el ritual.

Pero este año fue distinto, hasta baile se armó junto a las cruces, y luego una guatia a la bajada, cerraron las despedidas hasta el otro año. Jallalla!

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