La humanidad ha alcanzado logros notables en materia de ciencia y tecnología, generando impactos – altamente significativos – en la calidad y esperanza de vida de las personas. No hay muchas dudas en el hecho de que aquellos países que no se inserten en esta espiral de crecimiento quedarán – simplemente- postergados y atrasados en su desarrollo y en las oportunidades de vida que serán capaces de generar para sus habitantes.
En la sociedad actual se espera que las universidades no sólo sean un centro de reflexión, sino que colaboren de manera efectiva y concreta para que el país sea más competitivo y logre mayores niveles de desarrollo y progreso.
Por lo mismo, no es de extrañar que el Ministerio de Educación esté generando claros lineamientos en torno a la necesidad de contar con instituciones complejas, en las cuales la investigación y el postgrado sean también parte esencial de la misión de las entidades universitarias.
La idea de segmentar las universidades y su calidad en función de su complejidad parece tomar un curso nítido en el país, lo cual es – además- consistente con lo que ocurre en las naciones desarrolladas y con las exigencias de la sociedad del conocimiento.
En este contexto, las universidades estatales deben adaptarse a estos requerimientos en torno a una mayor complejidad para proyectar un desarrollo de largo plazo. Más aún, estas instituciones están obligadas a apostar a dicha complejidad, ya que en caso contrario tendería a asemejarse más a un instituto profesional o a un centro de formación técnica que a una universidad estatal del siglo XXI. Consciente de esta situación, en la Universidad de Tarapacá hemos desarrollados los lineamientos de nuestra estrategia institucional para los próximos años, estableciendo acciones y alineando recursos y capacidades con los requerimientos del entorno.